LIBERALISMO EN EL ECUADOR
En este movimiento revolucionario tuvo particular
participación el campesinado costeño y varios sectores del pueblo, que querían
participar para exigir al gobierno reivindicaciones sociales, pues desde el
nacimiento de la República, en 1830, habían sido marginados.
En efecto, ya desde esos años se habían iniciado
en el agro costeño varios movimientos de carácter reivindicatorio llamados
“montoneras”, conformados por una heterogénea mezcla de campesinos, pequeños
agricultores y trabajadores agrarios en general, que cansados de los atropellos
y actos de despojo propiciado por los grandes hacendados y algunas autoridades,
decidieron organizarse para -bajo principios liberales- iniciar la resistencia
popular (1)
Y fue precisamente Alfaro quien -comprendiendo la
realidad social y económica que vivía el pueblo ecuatoriano- se unió a él y
tomó la bandera de la lucha mucho más allá de lo que proponían los liberales
teóricos, pertenecientes muchos de ellos a las clases más pudientes, sean estos
comerciantes o propietarios de las grandes haciendas.
Se convirtió entonces en líder del movimiento
Liberal-Radical, y aún desde el destierro continuó conspirando para combatir,
no solo al gobierno de Caamaño, sino también a los posteriores que fueron
presididos por el Dr. Antonio Flores Jijón y el Dr. Luis Cordero, que terminó
abruptamente debido al escándalo llamado de la “Venta de la Bandera”.
En efecto, “bajo
la convocatoria liberal, gentes de las más diversas tendencias empezaron a
formar Asambleas y Juntas Cívicas en varias ciudades del país, para juzgar la
conducta oficial y condenar al gobierno. La primera se dio en Guayaquil, el 9
de diciembre de 1894, y constituyó un formidable acto de masas en el que se
condenó la política oficial. Cuatro días más tarde, Quito tomó la posta y
organizó una gran manifestación de protesta, que fue disuelta por la fuerza
pública; a continuación, el gobierno decretó el estado de emergencia para la
capital” (Jorge Núñez Sánchez.- El Ecuador en el Siglo XIX, p. 151).
Nuestro
país -subyugado política y socialmente por el poder que la iglesia católica
ejercía sobre el gobierno, y por el predominio de conceptos políticos que por
“conservadores” impedían el desarrollo nacional procurando mantener viejas
estructuras colonialistas- necesitaba urgentemente de un cambio radical que
estremeciera los cimientos y la conciencia nacional. Fue por eso que Pedro J.
Montero en Milagro, Manuel Serrano en El Oro, Carlos Concha en Esmeraldas, y
otros líderes como Plutarco Bowen y Enrique Valdez Concha, entre otros, en
diferentes regiones de la costa, se levantaron en armas en contra de un
gobierno al que consideraban corrupto.
Derrocado el gobierno del Dr. Luis Cordero, el 17
de abril de 1895 asumió el poder el Dr. Vicente Lucio Salazar, quien respaldado
por el partido conservador -que se había adueñado del poder en Quito- trató de
afianzarse con el apoyo de prestantes ciudadanos y un ejército fuerte que
contaba con adiestradas y numerosas tropas.
En los primeros días de junio
la situación en Guayaquil había tomado características alarmantes; la ciudad
estaba sitiada por revolucionarios liberales que -desde diferentes regiones de
la costa- habían llegado a ella en busca de un respaldo ideológico que le
permitiera acceder al poder, en base a propuestas políticas reivindicadotas.
Entonces y para no dejarla
desamparada, el jefe de las fuerzas militares acantonadas en la ciudad -Gral.
Reinaldo Flores- anunció su retiro del mando resignando el poder a una Junta de
Notables integrada por destacadas personalidades de la ciudad, que eligió como
Jefe Civil y Militar de la provincia al Sr. Ignacio Robles.
En la mañana del 5 de junio,
una Asamblea Popular convocada para el caso, desconoció al gobierno del Dr.
Vicente Lucio Salazar, y proclamó de inmediato la Jefatura Suprema de don Eloy
Alfaro, que se encontraba en Nicaragua, víctima del ostracismo.
Alfaro llegó el 18 del mismo
mes: Su presencia conmocionó a toda la ciudad que se volcó al malecón para
esperarlo, pues se había anunciado que su arribo -a bordo del vapor alemán
Pentaur- sería pasadas las seis de la tarde, y allí estuvieron todos para
recibirlo y aclamarlo. Fue una fiesta cívica como jamás se había visto, y que
convocó a las personalidades más relevantes, significativas
y representativas de todo el país, no sólo alfaristas y liberales, sino también
miembros y simpatizantes de otros partidos políticos.
Al día siguiente asumió oficialmente la Jefatura
Suprema de la República y conformó el primer gabinete liberal que estuvo
integrado por prestantes ciudadanos guayaquileños.
Comprendiendo que la revolución ideológica gestada
en Guayaquil debía extenderse a toda la República, Alfaro envió Comisiones de
Paz a Quito y Cuenca, buscando un arreglo político que permitiera las reformas
liberales, aun a costa de hacer notorias concesiones. “Pero la oligarquía conservadora de la sierra se mostró soberbia y
prepotente, negándose a todo acuerdo de pacificación” (Jorge
Núñez Sánchez.- El Ecuador en el Siglo XIX, p. 161).
Ante la negativa serrana, Alfaro se preparó para
la lucha armada, organizando sus fuerzas con las juventudes guayaquileñas,
algunas montoneras y miembros del ejército que habían sido olvidados, relegados
y mal pagados. Al mismo tiempo, en Quito, el gobierno de Vicente Lucio Salazar
reunía y preparaba al ejército regular para enfrentar a los insurgentes.
Poco tiempo después, Alfaro y sus ejércitos
marcharon hacia el interior en una fulminante campaña militar que culminó con
las batallas de Chimbo, Socavón y Gatazo, en las que sus
fuerzas destrozaron a los batallones del gobierno. Pudo entonces entrar
triunfalmente en Quito, el 4 de septiembre, donde fue recibido apoteósicamente
por el pueblo y las personalidades más importantes de la ciudad.
Así, con altísimos principios ideológicos, pero también
con el arma al brazo, luchando en los foros con el mismo ímpetu que en los
campos de batalla, se instauró el liberalismo en el Ecuador para iniciar un
período de verdaderas reformas políticas, sociales y económicas en beneficio de
todos los pueblos de la patria.
Bien hecho
ResponderEliminarbien hecho sigue a si
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